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martes, 27 de marzo de 2012

Las lecciones del girasol




Por Celia María Hart Santamaría
Hoy [el 31 de diciembre] es el cumpleaños de mi madre. Coincide con el último día del año, pues para ella no era tan importante el día en que nació, sino el día en que quiso nacer. Es como si el cariño tuviera más derecho a la verdad que los propios acontecimientos. Extraño, por cierto, esa sencilla máxima de mi madre... Entonces permítanme una historia:
No había criatura nacida del suelo de la tierra que le causara a Haydée más placer que el girasol. En casa había girasoles en todas sus formas. Pinturas, fotos, girasoles vivos y muertos... Van Gogh y su sublime estridencia...

Cuando le preguntaba a Haydée porqué era el girasol su flor favorita me contestaba: “Porque para ser tan hermosa como es no renuncia a ser inteligente, fácil de plantar y útil: De ella se saca buen aceite, el girasol se siembra en campos abiertos al sol y al agua. Esa flor menea la corola en busca del Sol formando los lindos rejuegos con el tallo... y además le gusta convivir con sus compañeras... Es en definitiva, hija mía, una flor revolucionaria” Es cierto: cuando he querido recordar a mi madre me ha bastado mirar una botella de aceite vegetal de girasol.
La flor del giras
ol no necesita cuidados especiales como la rosa del Principito. Se puede uno ir a hacer el bien (la revolución) sin cuidado de abandonar algo... Pues el girasol para contonearse y ser útil no precisa más que un buche de agua y un rallito de Sol. Es fácil tenerla en casa y fácil seguirla por el universo.
Entonces mi madre y yo caímos en cuenta de que el girasol es una flor muy feliz. Algo más... Desde niña me hizo sentir Yeyé que la felicidad se halla en el secreto de ser útil. Tal cual el girasol.
Haydée y su hija Celia M
Martí dijo alguna vez que creía en la utilidad de la virtud. Mas a Haydée le gustaba la contrapartida: la virtud de la utilidad. Siempre que se es útil se es virtuoso, y siempre que se es virtuoso se es feliz. Así de sencillo.
Estas son las “lecciones del girasol” que me enseñó Yeyé cuajada de dicha y revuelta en sus infinitos misterios de ternura.
Todas sus lecciones eran así. No hubo lápiz ni papel para que me enseñara algo. No se necesitan: cuando se escribe en y desde el corazón, tan sólo es imprescindible una pluma de ángeles. Yo sin merecerlo, tenía a mi disposición un ángel completito para mí sola.
Las manos de Haydée eran tan blancas que en realidad comenzaban a ser azules; sus ojos tan enormes y claros, que al mirarlos se asomaba uno a la ventana del mundo. Sí, y el mundo es demasiado hermoso para que sigamos traicionándolo como lo estamos haciendo. Es tan entrañable como los girasoles: Lo bueno que vale de él es barato, útil, hermoso y comprometido.
A veces pienso, sin embargo que no siempre tuvo mi madre posibilidad alguna de pensar en los girasoles. Estuvo triste, muy triste, que no quiere decir infeliz, alguna vez se le cansaron las esperanzas... realmente sus esperanzas trabajaban mucho.
He visitado la celda donde estuvo presa después del Moncada y todavía no acepto de manera consciente que esa mujer radiante y feliz, esa mujer que hacía una fiesta con una jarra de agua, que me peinaba el cabello, que hacía de Casa de las Américas la sede del entusiasmo, ésa que me hizo adorar la música de Silvio cuando sus canciones se escuchaban sólo de su voz adolescente, esa misma mujer estuvo presa junto a Melba en una oscura celdita y perdió a su hermano y perdió a su novio y lo único que le quedaba era una Patria herida y palpitante y un hombre que sería quien la salvara. No sé si alguien le llevó girasoles a aquella cárcel. Tal vez desde entonces comenzó a amarlos.
No quiero pensar, por ser morboso, su sufrimiento, recostarse en las camitas grises de aquella oscura celdita. Y quiero imaginar también que después de pensar en su hermano, en su novio y en tanta masacre, hubiese soñado con Casa, con nosotros, con tanta y tanta gente buena que conoció después, y que así como dispuso que Fidel era lo que Cuba necesitaba, hubiese pensado que la Casa de las Américas con todo y su vibrante multitud, mi hermano Abel y yo éramos imprescindibles para ella. Que este impulso la acompañó siete meses, que el libro de José Ingenieros y sus Fuerzas Morales le anunciaran un futuro cercano lleno de amor y compromiso al lado de mi padre, que sería la directora de una orquesta de ángeles americanos, que apenas con los rudimentos de su educación alcanzaría a augurar en mi Patria quién cantaba o pintaba o escribía con oficio.
Por suerte, pudo diseñar mi revolución. La revolución cubana fue de alguna manera la revolución de los girasoles, que no la de los claveles. Girasoles con fusiles en sus hojas. Todos juntos, apretados y moviendo dudosos las cabecitas... a la izquierda, a la derecha, de vez en cuando... Pero sin dudas con sus verdes ramas dispuestos a defender todos los sueños de una sola vez.
En Casa de las Américas aprendimos a vivir día a día sin temor al enemigo. Ella decía que Casa estaba demasiado cerca del mar precisamente porque por el mar vendrían los asesinos, y entonces Casa sería la primera fortaleza para defender la revolución de los girasoles.
Lo curioso que en aquella mística década de los sesenta eran los intelectuales y artistas del Continente quienes se enfrentarían de primero con “los enemigos,” esos que nos amenazaban con el terror nuclear. ¡Tontos! La reacción nuclear no vencería jamás a la pluma de Benedetti y el Gabo, ni al pincel de Matta y Lam y muchísimo menos a la voz de Roque Dalton, ni a la guitarra de Silvio y Víctor Jara.
 El Universo es demasiado sencillo: la molécula de agua, tan simple y ordinaria es una de las más estables. A los girasoles no los reduce usted tan fácil. Sus cuellos verdes se resisten siempre, a no ser que quiera usted utilizarlos en provecho... tal cual como mi madre. Ella murió con el único objeto de seguir viva, como para convertirse en aceite de girasol. Haydée está junto a mis otros tres recurrentes fantasmas.
El Che (uno de ellos), le decía en una carta provocador como siempre: “Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero te confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo, con todos los fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda. Esa imagen, y la de la sierra (hasta las peleas de aquellos días me son gratas en el recuerdo) son las que llevaré de ti para uso propio.”
¡Sí! El Che se llevó a Bolivia parte de los girasoles de mi madre. Él fue el girasol mayor. Él supo mejor que nadie conocer la felicidad siendo el hombre más útil de la historia del mundo.
Mi madre, decididamente, está convertida en una estrella (eso sí, siempre roja) o en una burbuja de agua, o definitivamente en una ola azul del mar, pero siendo útil. Más útil que muchos de los vivos que conozco. Y está hoy conversando y meneando la cabeza con el Che, con Martí y con mi otro fantasma...
Ella se convirtió en la más bella girasola del Universo. Y está junto a ellos tres cruzando los dedos para que el pueblo boliviano nos remonte desde sus ancestros indígenas hasta el socialismo. Por cierto que el Che quiso por allá desbocar la revolución en el Continente. Será una coincidencia, pero Bolivia además de sus tradiciones originarias tiene tradición de lucha obrera y fue además la tumba del Che... suena demasiado lindo para ser verdad. Pero todo es posible en año nuevo.
Y no Bolivia, en Europa, la de Carlos Marx está desempolvándose el rostro en París con sus autos quemados. Y estuvieron juntos mis cuatros fantasmas en Estados Unidos con los obreros del transporte de New York que sueñan (sin que lo sepan) en cambiar ese país, y empezaron por atentar contra aquellas fatuas Navidades. Tienen también el derecho de hacer revolución. A veces no se lo concedemos.
A la distancia de estos ochenta y cuatro cumpleaños y más veinte y cinco de su muerte creo sentirme feliz pensando, como en una novela de caballería, que cuando esa muchachita delgada y triste atravesó el portón del reclusorio de Guanajay sabía que le esperaban la lucha permanente al lado de la mejor estirpe del pueblo cubano... Dijo un viejo alemán con barbas y talento que la lucha era su idea de la felicidad... Mi madre alcanzó los más altos escalones de la dicha. Que yo recuerde no dejó jamás de estar en campaña.
Y sigue estándolo, por eso amigos míos, les invito a acompañarla en esta multitudinaria rebelión de girasoles. Y como regalo de cumpleaños para ella les ruego a todos que no vean nuca un girasol sin pensar en Haydée Santamaría y no dejen tampoco de voltear la cabeza al Sol.
Con un girasol y con una sonrisa sincera ya hicimos el mundo que yo contemplé en sus ojos inmensos.
Hasta la Victoria y feliz año.


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