Publicado en
Rebelión
Buenos Aires, 8 de septiembre de 2008
Es una
pérdida enorme. Nos parece mentira. Celia Hart Santamaría acaba de fallecer junto
con su hermano Abel en un accidente automovilístico en La Habana. Nos enteramos
anoche. Pablo Kilberg, incansable amigo de la revolución cubana y de Celia (que
son lo mismo), nos llamó y nos dio la triste noticia. ¡Justo ahora, cuando ella
hacía más falta que nunca! Mucha impotencia. Una sensación muy fea en la boca,
en la garganta, en el estómago.
Todo el
mundo la presenta como "la hija de". No está mal. Su mamá fue Haydeé
Santamaría Cuadrado [ 1922-1980] , militante revolucionaria, emblema y símbolo
de la revolución cubana, compañera de Fidel Castro desde los primeros días,
asaltante del cuartel Moncada, fundadora de Casa de las Américas. Su papá,
Armando Hart Dávalos [1930-] , dirigente histórico de la revolución cubana,
fundador del Movimiento 26 de julio también junto a Fidel, ministro de
educación de la revolución e inspirador de su célebre campaña de
alfabetización. Además de sus padres, Celia contaba entre sus familiares con
Abel Santamaría Cuadrado [1927-1953], colaborador político de Fidel desde antes
del golpe de estado de Batista, luego asaltante del cuartel Moncada, capturado
vivo, torturado y asesinado por la dictadura de Batista.
Pero Celia
era mucho más que "la hija de" o la "sobrina de". Tuvo,
tiene y tendrá una luz y un brillo propio. ¿A quien le cabe duda?
Trabé
relación con Celia a través de su padre. Fue Armando quien más nos insistió con
la necesidad de conocer a Celia. Había entre ambos, padre e hija, una relación
muy fuerte, afectiva y emotiva pero también intelectual y política. Todo
escritor, cuando escribe, tiene en mente un diálogo con alguien. Me animo a
decir que Armando era uno de los interlocutores imaginarios de Celia, al igual
que Fidel Castro. Siempre tenía en mente sus opiniones, en un diálogo real o
imaginario. Cada vez que Celia me escribía, confesaba: " me imagino lo
que estará pensando mi padre " o " lo que debe pensar Fidel de
esto que estoy diciendo ", " estoy segura que a Fidel le debe
encantar ".
Llegué a
Celia por intermedio de Armando. Hace más de una década, en medio del desierto
moral e intelectual de los años '90, durante el reinado feroz e implacable del
neoliberalismo en todo el mundo, Armando Hart nos escribió después de leer un
trabajo sobre Marx y el tercer mundo publicado en la revista Casa de las Américas.
Entusiasmado como un chico, nos envió una conferencia suya sobre el Manifiesto
comunista . Al intercambio de cartas y trabajos siguió el encuentro
personal, gracias al amigo y compañero Fernando Martínez Heredia, igualmente
guevarista como padre e hija.
El vínculo
con Armando se estrechó. Él nos prologó un libro sobre el marxismo
latinoamericano que lamentablemente hasta ahora no se publicó en Cuba (aunque
ya estaba diagramado y listo). Tuve a su vez el honor de prologarle un libro
suyo sobre Marx, Engels y la condición humana . Luego, en una de sus
visitas a la Argentina, Armando Hart vino como expositor a la Cátedra Che
Guevara. En esas conversaciones con el padre, además de Martí, Ingenieros, la
Reforma Universitaria, Mella, Guiteras y Fidel, de Marx y Engels, del Che y
Freud, siempre salía el tema de su hija Celia. Era recurrente. Armando le tenía
una admiración que jamás ocultó. Nos decía, una y otra vez: " Celia es
como Haydeé [la mamá de Celia] , pero ahora en tiempos del
posmodernismo" .
Celia junto a su madre |
La primera vez que la vi, Celia no comenzó hablando de la revolución
latinoamericana, de Fidel, del Che o de Lenin, Trotsky y los bolcheviques. ¡No!
Cuando todavía no habíamos abierto la boca, las primeras palabras que nos dijo,
con una sonrisa amplia de oreja a oreja, fueron: " Estoy muy celosa de
tu relación con mi padre". Así era ella, tremendamente irónica y
tierna al mismo tiempo, profundamente humana, muy querible por sobre todas las
cosas. La antítesis viviente del "aparato" impersonal que transforma
la política de los revolucionarios en algo desalmado, frío, administrativo,
burocrático. Repleta de afecto, de ternura, de humanismo, podíamos discutir
sobre cualquier problema de la coyuntura latinoamericana, de Chávez, del futuro
de Cuba, de los gusanos de Miami o de lo que sea, y en la mitad, siempre,
invariablemente, intercalaba una broma, un chiste, una ironía o una alusión
inesperada a un amor suyo, amigo mío. Celia hablaba, intervenía y escribía
desacralizando, rompiendo los moldes y las consignas efectistas de volante,
desoxidando las formas pétreas de los discursos acartonados y mustios de la
izquierda tradicional. Era un torbellino de ideas. Hablaba a una velocidad
increíble, a veces difícil de seguir. Generaba mucho entusiasmo en los jóvenes.
Lo he comprobado
en Cuba y también en Argentina. (hace muy poco tiempo, hermanos chilenos me
decían que pensaban invitarla al país trasandino).
En estos
años conversamos sobre muchas cosas, sobre acuerdos mutuos y también sobre
matices diversos. Cuando la discusión se ponía fuerte, Celia me disparaba con
una sonrisa: " Bueno, tú sabes que yo soy física de profesión ".
Y ahí afloraba la risa. Nos aflojábamos y entonces seguíamos.
Celia jugó
un papel enorme en la batalla de las ideas de los últimos tiempos, dentro y
fuera de Cuba. A mi modesto entender, la palabra de Celia Hart fue muy útil y
muy eficaz. Sirvió, como decimos en Argentina, para "abrir cabezas",
es decir, para hacer pensar. ¡Celia ayudó a pensar! Provocó a las distintas
tribus de la izquierda latinoamericana obligándolos a escucharse mutuamente
(una tarea nada fácil, por cierto).
A los
comunistas tradicionales, formados en el mundo cultural de la Unión Soviética,
los empujó contra la pared y los obligó a abandonar los prejuicios infundados y
a leer, por fin, al "innombrable" y "demoníaco" León
Trotsky, tantas veces borrado de fotos y de historias por la censura y también
por la autocensura de varias generaciones educadas en el stalinismo. Aunque sea
para discutirle, tuvieron que ponerse a leer a Trotsky. Alguno que otro
reaccionó con encono, pero la mayoría adoptó otra actitud más suave y racional,
tomó como un desafío el planteo de Celia y a partir de allí hubo que volver a
pensar y repensar viejos dogmas, hoy apolillados y completamente ineficaces. ¿Quién
podía acusar a Celia de desconocer el mundo cultural y político del Este
europeo, afín a la URSS, aquel que se cayó con el muro de Berlín, si ella había
vivido años y había estudiado física, precisamente, en la República Democrática
Alemana (RDA)? ¿Quién podía acusar a Celia de ser
"contrarrevolucionaria", "quinta columna" o vaya uno a
saber qué, si ella amaba —no sólo admiraba sino que amaba— a Fidel Castro?
A los
trotskistas, latinoamericanos pero también europeos, Celia los increpó y les
habló de Fidel y del Che sin pelos en la lengua, con argumentos políticamente
rigurosos y también con amor. Les dijo, una y otra vez, que el
internacionalismo no se declama en panfletos y revistas universitarias o en la
retórica de salón, que la revolución cubana envió casi medio millón de
combatientes internacionalistas a Angola y a toda América Latina. Celia los
obligó a reclamar por la libertad de los cinco revolucionarios cubanos
encarcelados en EEUU. Los interpeló, cada vez que pudo, para que abandonen
fórmulas cristalizadas y puedan mirar con otros ojos, no tan prejuiciosos, a
Cuba y a su revolución.
En el caso
del maoísmo, algunos de sus dirigentes estaban muy enojados con Celia por sus
críticas a Stalin (figura también cuestionada, dicho sea de paso, por Armando
Hart Dávalos en un trabajo suyo donde comenta la famosa biografía de Isaac
Deutscher, autor que le dio a leer a su hija desde muy joven). En la Habana, al
secretario general de un partido maoísta argentino le presentamos a Celia para
que conversara personalmente con ella y pudiera de esa forma comprender quien
era y cómo pensaba, más allá de sus artículos, tal vez de esa manera se
romperían algunos prejuicios.
Insistimos.
La gran virtud de Celia ha consistido en que sus intervenciones, no siempre
planificadas ni calculadas con serenidad (lo cual le generó no pocas angustias
y dolores de cabeza cuando la prensa burguesa intentaba manipularla o
tergiversarla), obligaron a la izquierda a pensar. ¡A pensar! Esa actividad no
siempre practicada cuando la pretendida "ortodoxia" del marxismo (sea
cual fuera la familia ideológica en cuestión, se pertenezca al guetto que se
pertenezca) se transforma en un salvoconducto para rumiar y repetir frases
hechas, sin reflexión propia ni pensamiento crítico.
En el mundo
cultural de las izquierdas Celia era mirada como una "rara avis".
¿Fidelista trotskista? ¿Crítica de la burocracia y el mercado y defensora a
muerte de la revolución cubana? ¿Guevarista encendida que no acepta participar
de homenajes oficiales e institucionales al Che? ¿Cómo es eso? ¡Qué me lo
expliquen!... habrá pensado más de uno.
Lo que
sucede es que las masacres y los genocidios militares de América Latina,
perpetrados bajo mandato del imperialismo norteamericano, no sólo quemaron
cuerpos y desaparecieron personas. También quemaron libros y pretendieron
desaparecer pensamientos.
La propuesta
iconoclasta y, en un punto, ecuménica, de Celia no partía de cero ni era
producto de una nueva fórmula alquimista. Era un punto de llegada. Antes que
ella lo propagandizara con su prosa tan personal, donde el brillo literario no
era indiferente a la danza de las musas, otros compañeros habían intentado
conjugar esa síntesis de tradiciones culturales y políticas diversas.
Por ejemplo, Michael Löwy, en su libro El pensamiento del Che Guevara de
1970 (ediciones varias), había intentado reivindicar al Che en su integridad
—no sólo como guerrillero heroico sino también como pensador marxista de alto
vuelo—, defender la revolución cubana y promover el guevarismo sin dejar de
inspirarse en León Trotsky, en Rosa Luxemburg, en el joven György Lukács. Muy
cerca de Löwy, el compañero Carlos Rossi [seudónimo] escribió dos años después,
en 1972, La revolución permanente en América Latina (se puede consultar
en amauta.lahaine.org ). Allí Rossi analizaba
toda la historia contemporánea de nuestra América desde las teorías del
desarrollo desigual y combinado y la revolución permanente, mientras hacía suya
la estrategia de lucha armada a escala continental de la revolución cubana y el
guevarismo. Dos antecedentes inequívocos de las propuestas y los ensayos
políticos de Celia.
Cuando Celia
nos pidió el año pasado, en junio del 2007, que presentáramos en Argentina su
libro Apuntes revolucionarios. Cuba, Venezuela y el socialismo internacional
([Buenos Aires, Fundación Federico Engels, 2007], colección de artículos
suyos de internet, en gran parte publicados por nuestro común amigo y compañero
Luciano Alzaga, quien mucho contribuyó a difundir el pensamiento de Celia y a
hacerla conocida fuera de Cuba) se lo dijimos públicamente. Allí recordamos
esos dos trabajos "olvidados", previos al libro de Celia y
precursores con treinta años de distancia del de ella. Lejos de cualquier petulancia
o autosuficiencia, tan común entre algunos gurúes de la izquierda académica,
ella ni se ofendió ni se enojó. No pretendía descubrir por enésima vez la
pólvora. Con humildad extrema, casi exagerada, Celia respondió que ella se
consideraba una "recién llegada" al mundo de la teoría política y
social y reconocía que sus planteos hetorodoxos (se los mire por donde se los
mire) no nacían de la nada, sino que prolongaban una tradición previa.
¡Esa era
Celia! Ese gesto la pintaba de cuerpo entero. No necesitaba vanagloriarse de
nada. Sencillamente porque tenía mucho para decir. Sólo los mediocres necesitan
aferrarse a las formas, porque carecen de contenido propio. Esa noche, en la
presentación de su libro, casi doscientos jóvenes desbordaron el lugar. Celia
terminó hablando encaramada a una mesa, rodeada de un mar de militantes de
diversas tribus de izquierda (no sólo argentina, hasta sandinistas había y
Celia discutió con ellos, sin dejar de reivindicar la revolución de 1979). Ella
sola logró reunir las diversas capillas de nuestra dividida izquierda, luego de
años y años de hegemonía populista, reformista y posmoderna.
El propio
Löwy hace referencia a Celia en su última investigación sobre el Che y el
guevarismo actual. Cuando el investigador brasileño nos envió los borradores de
un capítulo de su libro para recibir sugerencias y opiniones, le preguntamos:
"¿No vas a incluir entre los guevaristas actuales al Frente Patriótico
Manuel Rodríguez (FPMR) de Chile? ¿Y a Celia en Cuba?". Igualmente, con la
misma humildad, el historiador e investigador los incluye en la edición final.
Sobre ella, Löwy hace referencia allí a " los escritos fogosos de Celia
Hart " destacándolos entre las últimas expresiones del guevarismo
contemporáneo (Véase Michael Löwy y Olivier Besancenot: Che Guevara: una
braise qui brûle encore [Che Guevara una brasa que todavía quema] París,
Mille et une nuits, 2007. Capítulo "La herencia guevarista en América
Latina". p. 153). Cuando ese libro ganó la calle, sus dos autores,
inspirados en Trotsky pero también en el Che Guevara, fueron acusados
inmediatamente —como si fuera algo gravísimo— de "guevaristas"...
Irrefrenable,
repleta de entusiasmo militante, Celia escribía siempre con urgencia. Mandaba a
sus amigos sus textos pidiendo observaciones de última hora, preguntaba en qué
página de qué libro se encuentra tal o cual cita y así discutíamos, con
franqueza, con lealtad, fraternalmente, sin dobles mensajes, sin calcular
favores institucionales o conveniencias mezquinas.
El último
intercambio que tuvimos fue sobre una subvariante del trotskismo argentino: el
morenismo, corriente que la invitó por última vez a nuestro país. Cuando nos
pidió nuestra opinión, volvimos a reiterarle lo que siempre le habíamos
manifestado. Desde una posición de respeto por la abnegación de una militancia
muchas veces sacrificada, considerábamos inocultable, y así se lo transmitimos
a ella, la enorme distancia que separaba en el morenismo una retórica
altisonante y una escritura encendida de una prolongada historia mundana, terrenal,
en gran medida reformista. Le proporcionamos ejemplos concretos de la historia
argentina que Celia no tenía porqué conocer. Conductas no siempre dignas ni
decorosas que, a nuestro modo de ver, no derivaban de la "maldad" y
menos de la "traición" individual de tal o cual dirigente político
—por lo general esforzados y muy sacrificados— sino de una concepción y una
estrategia política a nuestro modo de ver errónea, muchas veces acríticamente
institucional y electoral.
A partir de
este ejemplo puntual y de muchos otros interrogantes compartidos durante años,
con Celia conversamos sobre las polémicas históricas que en su oportunidad
enfrentaron a los partidarios de Nahuel Moreno con los de Mario Roberto
Santucho, asesinado por la dictadura militar en 1976 (uno de los principales
líderes del guevarismo en Argentina y en el cono sur latinoamericano —donde
compartió trincheras y organizaciones con el chileno Miguel Enríquez, el
uruguayo Raúl Sendic y los hermanos bolivianos Inti y Coco Peredo). Celia
siempre me repetía la misma frase, me lo transmitió oralmente, cara a cara, en
más de una conversación, y también por escrito: " Tú sabes, querido
Néstor, que mi partido es el del Che Guevara y el de Robi Santucho ".
Nunca me lo dejó de repetir.
Celia tenía
insistencias. Una de ellas era la necesidad de diálogo real y unidad concreta
entre las diversas izquierdas. No unidad con fracciones del poder sino unidad
de las izquierdas, donde las diferencias no siempre son contradicciones
antagónicas.
Por ejemplo,
cuando en septiembre de 2007 el Colectivo Amauta y la Cátedra Che Guevara
organizaron un corte de avenidas (Callao y Corrientes, en pleno centro porteño)
y una clase pública en defensa de los presos políticos, Celia no falló. Junto a
mensajes recibidos de todo el mundo, la extensa, emotiva y comprometida carta
que Celia nos envió por los presos representó con dignidad la voz cubana en esa
actividad unitaria, donde convergían corrientes muy diversas. Celia actuaba
eludiendo cualquier tentación de guiarse por la razón de Estado. No tenía en
mente ni priorizaba las relaciones diplomáticas entre el Estado de su país y el
gobierno de Kirchner, sino que estaba más preocupada por la situación de los
presos políticos argentinos entonces en huelga de hambre. Era lo más lógico.
Más tarde,
el Colectivo Amauta y la Cátedra Che Guevara lanzaron la iniciativa de
organizar un Seminario Guevarista Internacional para junio de 2008. Celia nos
volvió a escribir. Nos contó que la habían invitado para inaugurar un monumento
oficial al Che en la ciudad de Rosario (Argentina), donde junto a sectores de
izquierda también concurrirían otros afines al gobierno de Kirchner y a
corrientes de la socialdemocracia local. Según ella nos dijo, no aceptó aquella
invitación. Nos aclaró que ella no buscaba lucirse haciendo "portación de
apellido prestigioso". Tampoco quería contactos oficiales del gobierno
argentino ni le interesaban. Optó por apoyar la iniciativa del Seminario
Guevarista Internacional pero con un planteo propio. Se ofreció a participar personalmente
(viaje que no se pudo concretar pues los organizadores no oficiales no contaban
con dinero para su pasaje) y además prometió batallar por convencer a los
numerosos nucleamientos inspirados en el trotskismo para que apoyen la movida
que se hacía en defensa del Che y de la revolución cubana. Le aclaramos que
probablemente esas organizaciones no apoyarían, pero ella insistió y trató de
convencerlos. Así se lo hizo saber a varios compañeros a quienes les envió
cartas con sus reclamos. Delante de varias organizaciones piqueteras leímos su
adhesión al evento, con gran entusiasmo.
¿Por qué
Celia apoyó esta otra iniciativa? ¿Habrá sido por amistad personal?
Sinceramente no lo creo. Estoy seguro que también tenía muchos amigos y
admiradores en las filas afines al acto oficial. Quizás nos equivoquemos, pero
sospechamos que su intención apuntaba siempre a sacar al Che del póster y la
estatua, para recuperarlo como quien fue realmente, alguien indomesticable, que
no generaba suspiros condescendientes o nostálgicos sino enojos, diatribas e
incomodidades en la sociedad oficial y en las corrientes reformistas que tanto
lo denostaron.
En la última
conversación que mantuvimos antes de este desafortunado accidente, Celia me
llamó por teléfono desde Buenos Aires. Había estado pocos días en Argentina.
Cuando me dijo que no iba a poder participar esta vez de la Cátedra Che Guevara
la insulté cariñosamente, dada la confianza mutua que teníamos. Pegó una
carcajada. Volvió a pedir disculpas y de ahí en más la conversación derivó
hacia los problemas de la política argentina y el debate latinoamericano sobre
la insurgencia colombiana y los ataques de Uribe. Celia tampoco vaciló en ese
tema. Empezó con el entusiasmo de siempre a defender a los hermanos y hermanas
de las FARC colombianas y nos planteó su convencimiento de que hoy más que
nunca la izquierda latinoamericana en sus diferentes variantes y grupos debería
apoyar a la insurgencia. La interrumpimos recordándole que los teléfonos en
Argentina están intervenidos por la policía y no convenía discutir sobre ese
tema de esa manera. Se rió mucho cuando le dije que recordara que no estaba en
Cuba, y que era mejor que retomara las prácticas de los tiempos en que su mamá
y su papá tenían que cuidarse de los cuerpos represivos y de inteligencia. Ese
fue nuestro último diálogo, hace apenas pocos días.
Así fue
siempre Celia. Un tanque vietnamita ingresando en la embajada yanqui, un tanque
soviético tomando por asalto Berlín. ¡Imparable! Nada la detenía. Un huracán de
energía militante.
Nunca asumió
ni le interesó una posición "decorativa". Podría haber vivido cómoda,
disfrutando, ajena a la política, de sus apellidos prestigiosos. Esa opción no
la sedujo en lo más mínimo. Es más, estoy seguro que la despreciaba. Siempre su
interés era militante, incluso si eso le traía "problemas" por los
líos en que se metía. Sus palabras preferidas no eran "a ver cuando nos
tomamos unos tragos" (aunque también los hemos tomado) sino que priorizaba
invariablemente el debate político, las tareas, los desafíos militantes a
escala continental, sin perder el humanismo cotidiano.
Nada de
nostalgia por el pasado, toda la voluntad puesta hacia adelante. Quizás por eso
Celia amaba tanto a Julio Antonio Mella, quien alguna vez escribió "Todo
tiempo futuro tiene que ser mejor".
Muy lejos
geográficamente de Celia pero siempre muy cerca suyo en el corazón y en los
ideales, le enviamos un abrazo enorme a su papá Armando Hart, a sus hijos, a
toda su familia, a sus compañeros de Cuba y de todo el mundo, que tanto la
quisieron y la querrán.
¡Querida
compañera Celia, hasta la victoria siempre!
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