Lo cierto es que la propia Haydée pensaba que había sido el
último día del año 1922, y aunque su partida de nacimiento mostraba otra fecha,
algunas personas cercanas aseguran que cuando pudo hacer los cambios
pertinentes decidió mantenerlo así, porque ese día era especial.
Su sobrina Niurka Martín
Santamaría, aclararía luego que la fecha más confiable era el 30 de
diciembre de 1922, a
las 9 de la mañana, por una nota de su abuela Joaquina Cuadrado.
Sin embargo, no es la fecha de nacimiento de la mayor de los
hermanos
Santamaría Cuadrado lo más importante, sino la trayectoria de su intensa
vida.
Yeyé
para todosCon su primo Fito ( I ) |
A Haydée le tocó ser la primera de cuatro hermanos que se
entregarían en cuerpo y alma a la Revolución.
En su natal Constancia
creció en el seno de una familia, por cuya descendencia española y pelo rubio
le llamaban “La Gallega ”,
sobrenombre que no soportó nunca.
Contaba su hermana Aida, que no le gustaba ni limpiar, ni
lavar, ni planchar. “Era un trabajo agotador limpiar aquellos pisos de madera
con un cepillo. A ella siempre le gustó más cocinar. Se encaramaba en un
banquito para poder hacerlo y desde chiquitica lo hacía muy bien”.
Amante de los deportes, en especial del béisbol, no dudaba
por ser mujer en asumir la posición de un ferviente aficionado.
“Entonces una muchacha fanática de la pelota como yo, allí
era una cosa rara (…) ¡y que me gustaba discutir en la esquina!”
Al transcurrir los años Haydée era una ferviente aficionada
del equipo
Habana, pues este, a diferencia de Almendares
le parecía más popular, menos elitista.
Los amigos de la familia la recuerdan como una joven muy
bailadora, inquieta y fiestera.
Agustina Madruga Macía, decía que era entusiasta para
cualquier cosa.
“Si alguien proponía
salir a pasear a caballo ella era la primera en embullarse. Salíamos en grupo,
íbamos al río, a Encrucijada
a la primera tanda del cine, y luego a tomar helados o a visitar a su familia.
Y si la noche era clara, con luna, regresábamos a pie hasta Constancia y muchas
veces, ese trayecto lo hacíamos cantando”.
Su hermano Aldo la recordaba como un temperamento fuerte,
aunque dentro de eso era dulce y maternal, muy sentimental y por lo general
justa. Solía enfrentarse a los problemas aunque al hacerlo se creara problemas
ella misma.
“El sobrenombre de Yeyé creo que se lo puso mi primo Fito”,
contaba su hermana Aida. Desde entonces quedó así para todos incluso para sus
compañeros de la clandestinidad, la
Sierra e incluso amigos íntimos.
La
pasión que la llevó al Moncada
Con apenas un sexto grado repetido varias veces para no
desvincularse del estudio, Haydée dejó su idea inicial de ser maestra y comenzó
a prepararse como enfermera, oficio que sería vital durante los sucesos del 26 de julio
de 1953.
En la capital Haydée comenzó a relacionarse con jóvenes
revolucionarios que visitaban su casa. Allí conoció a quienes los acompañarían
luego en sus años de lucha y a Fidel.
Cuando Fidel llegó por primera vez a su casa, Haydée no
sabía que era él. La única referencia era alguien que la iba a impresionar
mucho, justo como le dijo su hermano días antes.
Aquel hombre le parecía conocido. Traía un tabaco en la mano
y caminaba por toda la casa.
(…) Yo iba caminando con la vista junto con él; y el iba
¡pum!, echando cenizas y yo había acabado de limpiar y tenía aquel piso
limpiecito”, recordaría Yeyé años más tarde. “fue la única persona de los que
encontraba allí, que no hiciera así y le pusiera un cenicero; yo no me atreví
ni a hacer eso.”
A partir de ese día aquel joven fue visita constante del
apartamento. “Cuando nos encontramos a Fidel todo comenzó a hacerse posible”.
Juntos comenzaron a preparar el asalto a los cuarteles
Moncada y Carlos Manuel
de Céspedes, hecho en el que perdieron la vida su hermano Abel y su novio Boris Luis Santa
Coloma.
Junto a su madre al salir de la cárcel |
En carta desde la prisión
de Guanajay a sus padres, Haydée les escribiría luego: “Mamá, Abel no nos
faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá,
piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma
cosa, y Fidel te necesita mucho”.
El Moncada fue apenas la punta del iceberg. No creo que
nadie que la conociera con esta intensidad pudiese decidir que: “Haydée no
soportó el Moncada” y no pudo sobrevivir a los ojos de Abel sumergidos dentro
de una palangana. (…) La muerte de Abel, fue la muerte de su primer gran amor,
del cual sacó fuerza y nunca debilidad, escribiría su hija Celia.
Al salir de la cárcel de mujeres en 1955, Haydée y su
compañera de luchas Melba
Hernández se incorporan a otras tareas en la clandestinidad. En Santiago de Cuba y
junto a Frank País
prepara el alzamiento del 30 de noviembre.
Luego se incorpora a
la Sierra Maestra y
conoce a Ernesto
Guevara, con quien compartió no solo los medicamentos para el asma, sino
también una profunda amistad.
Al triunfar la
Revolución en 1959, Fidel le indica dirigir la prestigiosa
institución Casa de las Américas. Allí
resguarda lo más valioso del arte latinoamericano y con apenas sexto grado fue
la cabeza de esa familia infinita.
Ella
era una artista, justo como aquel grado que Fidel le puso al Che.
Quienes fueron su compañeros en aquella casa en línea y G,
del Vedado
habanero la recuerdan por su carácter, mezcla de jovialidad y fortaleza.
Mi hermana era una persona alegre, y en el fondo una
romántica empedernida, recuerda Aida.
Leía mucho. Disfrutaba lo que leía y a veces yo tenía la impresión de
que ella se consideraba una de las protagonistas de aquella novelas”.
“Era una gran conversadora y cuando relata cualquier
anécdota o pasaje cotidiano lo hacía de un modo muy peculiar. En su voz cada
detalle tomaba vida”.
“A Haydée siempre le
gustaba hacer bromas, comenta Silvio
Rodríguez. Recuerdo que un 31 de diciembre se disfrazó de fantasma, se
cubrió con una sábana y se puso una linterna bajo la barbilla, apagó las luces
y se le apareció a Noel
Nicola que estaba dormido en un sofá”.
“Ella me hizo ver que la Historia , con mayúsculas, la escribían personas.
Y que todo el mundo, por humilde que fuera, tenía la oportunidad de asaltar un
Moncada en su vida”.
Cuando en julio de 1980 decidió desaparecer para siempre,
Haydée sabía que no se iría del todo.
Aquella ferviente martiana que creía en la virtud de la
utilidad y adoraba los girasoles, será siempre parte de su pueblo y la Revolución que había
acunado desde sus inicios en aquel apartamento de 25 y O.
Como si tuviera una especie de luz, Haydée es de las
personas que destacan irremediablemente más que otras.
Así que como
escribiría luego Roberto
Fernández Retamar: Recordar a Haydée es contemplar el paso de un relámpago,
escuchar la crepitación de bosques incendiados. Así quedó su imagen en
nosotros. No la de estéril serenidad sino la del bullir quemante. Fuego y luz.
)
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