Abel y Yeyé de pie |
Por: Narciso
Fernández Ramírez
10 de Junio
de 2013
Encrucijada,
tierra de encuentros, de idas y venidas, tiene la dicha de ser la cuna de
mujeres y hombres ilustres. Allí nació Jesús Menéndez, el negro noble de
corazón inmenso y nombre de redentor, en su caso, de los obreros azucareros. De
esa zona era Nicolás Monzón, el médico comunista que tanto bien hizo a los
desposeídos, amigo de Mella y uno de sus doctores de cabecera durante la huelga
de hambre de 19 días del líder estudiantil.
Allí también
germinó la simiente del matrimonio de Benigno Santamaría y Joaquina Cuadrado.
En Encrucijada nacieron Abel y Haydée; el primero, el más generoso e intrépido
de los jóvenes asaltantes del Moncada; y la segunda, su querida hermana Yeyé, la heroína, junto a Melba
Hernández, de la acción valiente del 26 de Julio de 1953, que encendió la llama
de la Revolución Cubana.
Abel, el segundo jefe del Movimiento
Nacer el 20
de octubre de 1927, 59 años después que por vez primera se cantara el himno
nacional cubano, le puso quizás a Abel una estrella luminosa en su camino hacia
la inmortalidad, la «estrella que ilumina y mata», como expresó Martí, de quien
el muchacho rubio siempre fue fervoroso devoto.
También
haber venido al mundo en el primer cuarto de la casa ubicada en la calle Jesús
Rodríguez, frente a la misma arteria pueblerina en que ese valiente mambí encrucijadense
fue arrastrado por los españoles antes de ser fusilado, y por donde transitó
Menéndez en sus luchas proletarias, hizo que se nutriera de la savia rebelde
que lo llevó a dar la vida por la Patria y a sacrificarla por Fidel.
O a lo mejor
ese arraigado patriotismo suyo se debió a las enseñanzas del maestro Eusebio
Lima Recio en la escuelita pública del central Constancia. El hombre que como
nadie le inculcó el amor a José Martí y le permitió ganar el Beso de la Patria
con una inspirada composición dedicada al Apóstol.
Lo cierto es
que este joven —a quien le gustaba leer y tuvo no pocas novias, al ser alto,
bien parecido y con una mirada desde unos ojos azules impactantes— asumió desde
bien temprano su compromiso patrio y fue consecuente con sus ideales hasta su
vil asesinato, el propio 26 de julio, en los calabozos del Moncada, donde supo
resistir terribles torturas, incluida la pérdida de uno de sus ojos, a manos
del verdugo Eulalio González, apodado el Tigre,
quien solo era una hiena cobarde.
De esas
profundas raíces encrucijadenses resulta la anécdota de su mamá doña
Joaquina, que nos remonta a aquella infancia feliz en el central Constancia:
«Mira, mamá
gané esto, mira. Me enseñó el diploma que se denominaba Los Tres Reyes de la
Patria, que daba el Ministerio de Educación. Ay, Abelito, pensaba que te iban a
dar una beca. Entonces él me dijo: No importa, mamá, gané esto por escribir
sobre Martí, y se veía muy contento con el diploma».
Tres veces
cursó el sexto grado. No por falta de conocimientos, sino por exceso de amor al
saber y la imposibilidad de la familia de costearle los estudios subsiguientes.
Con 14 años, no tuvo otro remedio que dejar la escuela para ayudar al sustento
del hogar.
Abel tercero (I) durante una excursión con amigos |
Nunca se
despegó de su terruño natal. Ni hubo un guajiro encrucijadense de visita en La
Habana que no fuera acogido en su pequeño apartamento. No se separó de su
hermana Yeyé, y no estuvo conforme
hasta llevarla consigo a la capital de la República.
«Conocí al
hombre que va a cambiar los destinos de Cuba. Es Martí en persona», le dijo
eufórico a Yeyé la mañana que conoció a Fidel Castro en el cementerio de Colón,
ante la tumba de Eduardo Chibás. No se equivocó Abel. Tampoco Fidel, al
depositar toda su confianza en este joven encrucijadense.
En los
primeros meses de 1953, previo a la acción del Moncada, Abel visitó con Fidel
su querida Encrucijada.
En esa
última visita al terruño natal se llegó también hasta El Santo y le anticipó a
un amigo que algo grande estaba por pasar, algo capaz de remover la conciencia
de la ciudadanía.
Abel y Fidel
llegaron a tener un alto grado de afinidad. Minutos antes de salir hacia el
Moncada desde la Granjita Siboney, entre ambos líderes se suscitó una discusión
acerca de quién de los dos ocuparía el lugar de mayor peligro, zanjada por
Fidel con la orden de que Abel, como segundo del Movimiento, fuera hacia el
Hospital Civil, porque a él, como jefe supremo, le correspondía asumir el
riesgo mayor. Además, si moría, alguien debía seguir la lucha y ese era Abel.
Y así
dispuesto salió el encrucijadense Abel Santamaría Cuadrado hacia Santiago de
Cuba, hacia la inmortalidad. Esa inmortalidad que a Silvio Rodríguez lo hiciera
verlo «irse contento y desnudo, entre humo y metralla, iba matando canallas con
su cañón de futuro».
Haydée, la gran Yeyé
Yeyé (D) en Central Constancia |
Su vida
siempre estuvo ligada a la de Abel, a quien quiso de manera entrañable. Alumna
también de Lima Recio bebió desde bien temprano el amor por Cuba y Martí.
De carácter
temperamental, gustaba de nadar en la playa de Nazábal y también sentía
predilección por el bordado, pues tenía grandes habilidades para las artes
manuales, las que aprendió de la profesora Zoila Díaz Calderón, Niña Prieto,
como la conocían en Encrucijada.
Cocinaba
bien, y su sazón le gustaba mucho a Fidel, quien, en los días de gestación de
las acciones que desembocaron en los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos
Manuel de Céspedes, se deleitó en no pocas ocasiones con el tamal en cazuela
hecho por ella y con su tortilla con papas.
Vivió
plenamente feliz hasta el 26 de julio de 1953. Después nunca logró sobreponerse
a la pérdida del hermano y de su novio, Boris Luis Santa Coloma, ambos
asesinados en los calabozos del Moncada.
Para Haydée,
los días de intenso ajetreo en su apartamento de 25 y O fueron, quizás, los
mejores. Esos, cuando se cocinaba para cinco y comían no menos de 20, y cada
rincón de la casa se convertía por la noche en cama para aquellos jóvenes que
aspiraban a una Cuba mejor y más digna.
El 24 de
julio de 1953 llegó a Santiago de Cuba con una maleta llena de armas. Todo el
día 25 lo pasó junto a otro villaclareño, Elpidio Sosa, limpiando el piso de la
Granjita Siboney y acondicionando las colchonetas donde dormirían los
asaltantes. Por la noche, estuvo planchando cada uno de los uniformes del
Ejército de la tiranía que los revolucionarios usarían al día siguiente para
confundir al enemigo.
Años
después, la propia Haydée lo recordaba así: «Aquella noche fue la noche de la
vida. Queríamos ver, sentir, mirar todo lo que ya quizás nunca más miraríamos,
ni sentiríamos. Todo se hace más hermoso cuando se piensa que después no se va
a tener. Salíamos al patio y la luna era más brillante y más redonda, las
estrellas eran más grandes, más relucientes, las palmas más altas y más verdes.
Las caras de nuestros compañeros eran las caras que tal vez no volveríamos a
ver más».
La muerte
del hermano, de Abel, le dejó heridas en el alma que nunca más pudo curar: «Yo
sabía que Abel estaba muerto, que lo habían matado, y el dolor me
insensibilizó. No sentí ni cuando me pegaron un tabaco encendido. Muerto Abel y
desconociendo la suerte de Fidel, no me interesaba vivir».
Yeyé junto a Celia María |
Haydée
Santamaría Cuadrado ocupó importantes responsabilidades estatales hasta su
muerte, en 1980. Sobresalió su brillante conducción como directora de Casa de
las Américas, institución que fundó el 28 de abril de 1959 y en cuyo seno nació
el Movimiento de la Nueva Trova.
Estaría
incompleta la visión de la Heroína del
Moncada sin el testimonio de su hija, Celia María, fallecida hace pocos
años en un lamentable accidente de tránsito: «Como madre la recuerdo muy
preocupada por todos los problemas de nosotros. Era muy cariñosa, sensible, pero a la vez muy recta. Me hacía
ropa y muñecas de trapo y siempre estaba pendiente de mis juegos. Gustaba
llamarme Celia María. Celia me lo pone por su compañera de lucha y María, por
su abuela materna, a quien ella quiso mucho».
Una última
anécdota, poco conocida incluso en la propia Encrucijada, narrada por Celestina
Muñoz, una vecina de los Santamaría Cuadrado. Se cuenta que cuando Joaquina
conoció a Fidel Castro, su hijo Abel le preguntó su parecer sobre el amigo.
Ella, con ese amor de madre que ve en cada hijo la criatura más hermosa y
perfecta del universo, le contestó: «Me cayó muy mal, porque es más inteligente
que tú».
No hay comentarios:
Publicar un comentario