miércoles, 12 de febrero de 2014

Los que manchan la Patria, la historia sepulta*



Un mal cubano, como lo llamó Haydée Santamaría Cuadrado, delató a los revolucionarios que tomaron el Hospital Saturnino Lora, durante los sucesos del Moncada. Aquel «individuo», cuyo nombre pocos saben, frustró de un tajo la esperanza de vivir de una veintena de jóvenes, quienes también, de alguna forma, luchaban por él.


 Durante la preparación del asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, Fidel Castro creyó siempre que si alguien debía morir aquel 26 de julio de 1953 debía ser él, por eso asumió la posición de mayores riesgos.
Abel Santamaría, segundo jefe del movimiento, tomaría entonces su lugar, y por eso, en aras de protegerlo y garantizar que alguien continuara conduciendo la acción, lo envió hacia una posición menos peligrosa, el Hospital Saturnino Lora.
Cuenta Yeyé -(así le decían a Haydée Santamaría)-, que a pesar de su descontento con la orden de Fidel, su hermano accedió a marchar frente a los 21 hombres que desde la retaguardia apoyarían el asalto.
Sin embargo, tras fracasar el factor sorpresa, Abel indicó a los revolucionarios que le acompañaban abrir fuego desde el «Saturnino» para distraer a los soldados y que estos no persiguieran inmediatamente a quienes habían atacado la posta tres del cuartel.
A las muchacha las señaló directamente
Sobre las ocho de  la mañana, se percataron de que no podían retirarse, y entonces surgió la idea de hacerse pasar por enfermos y familiares, para escapar de la tiranía. El plan hubiera dado resultado de no haber sido por un mal cubano.
El infame delator
En las primeras horas de mañana, cuando la Ciudad Héroe se recuperaba de una noche intensa de carnavales, en la zona… era ensordecedor el cruce de disparos entre el cuartel y el hospital.
Con miedo a ser alcanzados por los tiros, varios santiagueros entraron a refugiarse al Saturnino.
Sobre las nueve de la mañana cesó el ruido. A esa hora llegaron los esbirros al hospital, y tras un primer recorrido por el lugar no pudieron hallar a los revolucionarios.
Vestido de civil, aguardando en un rincón, estaba René Senén Carabia Carrey.
«Entonces se fijó en las caras de todos nosotros […] y cuando el ejército entró, no encontró a ningún combatiente allí, pero entonces él salió del cuartico y dijo:” Sí ellos no han salido de aquí, porque yo oí esto y esto, y están escondidos aquí, porque las enfermeras ayudaron a esconderlos», recuerda Haydée Santamaría.
Uno a uno, el delator identificó a los revolucionarios, cuyos rostros había podido grabar bien durante las horas que duró el combate.
«Cuando llegó donde estaba Abel, fue y le dijo: “Quítale eso del ojo, que él no tiene el ojo enfermo. Ese se o vendaron.” Así fue como cogieron a Abel», señala Yeyé.
Haydée y Melba se habían refugiado en la sala de niños y tras la primera búsqueda no fueron encontradas. Pero el traidor informó que allí estaban la trigueña, y la rubia que lo había hecho prisionero.
Haydée fue la primera descubierta y a pesar de su disimulo para que no capturaran a Melba, el mal cubano la señaló personalmente.
La misma suerte corrieron los otros revolucionarios heridos en el cuarto 8, y entre ellos el médico Mario Muñoz.
Cuentan que Muñoz se había arrancado de su bata el bolsillo con su nombre y lo había arrojado al suelo, pero una enfermera le sugirió que lo guardara. Alguien quiso volvérselo a coser, pero ya no quedaba mucho tiempo o nadie atinó a encontrar aguja e hilo.

Por culpa del delator los revolucionarios fueron salvajemente torturados y luego asesinados

Ana Mirtha Menés de Bardet, enfermera del «Saturnino», recuerda que en un primer momento no repararon en Muñoz, pero un chivato los alertó, y les dijo que el doctor venía con los revolucionarios. 
«Volvieron atrás y lo sacaron; por el pasillo le dieron un culetazo terrible. Nosotras gritamos y él también lo hizo de una forma desgarradora».
Aquel mal cubano era fotógrafo-teniente del regimiento «Maceo», con sede en el Moncada y gozaba de la amistad y confianza del coronel Río Chaviano.
En el año 1959 fue juzgado por estos crímenes, y aunque Melba lo recordaba perfectamente, ante la carencia de pruebas no fue ajusticiado, sino condenado a cumplir 30 años en la cárcel.
Haydée, sin embargo, no podía recordar el rostro de aquel mal cubano que había delatado a sus compañeros y a su hermano. Fue su declaración la que impidió su sentencia a muerte.
«Pero de todas maneras, no importa, porque con ese hombre vivo se hizo esta Revolución, que es lo que importa. Y eso es lo que le importaba también a Abel», declararía a unos niños, años después.
Otro mal cubano
Mas, no era aquel el único delator. Ángel Esteban Garay, miembro del SIM (Servicio de Inteligencia Militar), informó al comandante José Izquierdo Rodríguez, jefe de la policía de Santiago de cuba en aquellos momentos, que los revolucionarios no habían dejado el hospital y permanecían escondidos.
En sus propias declaraciones al triunfar la Revolución, Izquierdo Rodríguez reconoció que al llegar con sus hombres, los pasillos estaban vacíos y la enfermaras afirmaron no saber nada. Sin embargo, aquel mal cubano les avisó del plan de los asaltantes.
Meses después del primero de enero de 1959, Ángel Esteban Garay fue juzgado y sentenciado a muerte.
Como los muchachos que murieron aquel 26 de julio de 1953, otros revolucionarios fueron asesinados durante la tiranía de Fulgencio Batista. A todos los delatores, por manchar su Patria, la historia sepultó.
*Verso de una canción de Buena Fe
Bibliografía
Haydée habla del Moncada, Haydée Santamaría
La pasión que me llevó al Moncada, de Yolanda Portuondo




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