lunes, 1 de junio de 2015

Haydée nuestra que estás en la Casa (+Trailer)

Publicado en El Microwave
El 28 de julio de 1980 la muerte y la tristeza le dieron finalmente alcance a Haydée Santamaría Cuadrado. El pistoletazo de arrancada de la persecución tuvo lugar un 26 de julio de 1953, tras el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Oriente, en donde fueron torturados más allá del horror y luego asesinados su hermano Abel Santamaría y su novio Boris Luis Santa Coloma. Aunque algo de ella también se fue por el caño ese día, su ternura -y ya esto basta para considerarla un ser extraordinario- siguió viva. Por sensibilidad lo dio todo, dijo ella misma en una ocasión; por sensibilidad siguió combatiendo la dictadura y luchando desde su bastión de Casa de las Américas para que la Revolución fuera hogar y fuente de belleza para todo el continente.

Si a las 5 de la tarde del pasado 28 de abril alguien me hubiera dicho que no quedarían asientos libres en la Sala Che Guevara para ver la premier del documental Nuestra Haydée, de la periodista Esther Barroso, me hubiera echado a reír. A carcajada limpia. ¿Qué tiene que decirnos a 35 años de su muerte Haydée Santamaría? Uno podría pensar que casi nada, que ya pasó de moda y pertenece a los tiempos en que Revolución se escribía con mayúsculas, pero no, Haydée sigue convocando. A tal punto que la Guevara devino un lugar de encuentro de antiguos amigos y compañeros, de intelectuales y simpes curiosos, de ancianos y jóvenes, otra vez un vórtice en el que los acentos de todo el continente se funden.
Los asistentes pudieron apreciar durante 57 minutos las valoraciones de colegas y otras personas cercanas, así como archivos fílmicos y sonoros escasamente divulgados de (y sobre) una de las personalidades más magnéticas de la Revolución cubana. Es este un filme sobre el amor que no abandonó nunca a aquella muchacha del Central Constancia, sobre su mirada capaz de atravesarlo todo, como si estuviera buscando siempre la verdad más allá de la superficie, sobre su huella indeleble en cuantos la trataron.
Aun con la acertada selección de entrevistados, al mirar Nuestra Haydée, se extrañan testimonios como los de Armando Hart, Melba Hernández y Fidel Castro; testigos excepcionales en su vida que pueden contribuir a “explicar por qué llegó a ser quien fue, por qué hizo las cosas que hizo y develar así los rasgos esenciales de su personalidad”, para decirlo a la manera de la propia directora Barroso.
A pesar de este y otros cuestionamientos posibles, estamos en presencia de una película memorable. Porque no intenta totalizar sino que elige un camino y es consecuente. Porque muestra un ser humano y sus acciones y reflexiona en torno a estas sin caer en juicios inútiles. Porque por encima de sus carencias resulta demasiado fuerte –y es bueno que así sea, y eso es un mérito indiscutible– su capacidad de evocación.

Al finalizar la proyección de Nuestra Haydée, un larguísimo y extenso aplauso resonó por varios minutos en la sala. Y seamos honestos, el aplauso no era –o no lo era solo, o no lo era principalmente- para el documental y sus creadores. El aplauso era para Haydée. Haydée, que como apunta Ana Niria Albo en la película, no tiene ninguna foto o frase suya en las paredes de 3ra y G. Haydée, que nunca se fue. Que siempre está en Casa.

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