Por: Mónica Rivero
Mirada de quien fue testigo del infierno, dice
su hija Celia María.
Ojos de sobreviviente, de resucitada dice Cintio Vitier, “ojos
(…) agresivos de amor ante la catástrofe inminente de una injusticia
intolerable”, y añade “(…) en verdad Haydée era ante todo madre”: Hablaba del Moncada como
una madre habla de un parto. Su maternidad expansiva, evoca Silvio.
Todos hablan de sus ojos, de los ojos de la heroína.
Todos hablan de orfandad cuando hablan de su muerte, su suicidio. Parece que la
intensidad de su espíritu hablaba en sus pupilas, y que fue madre más que de
sus hijos, más que de hombres o de mujeres. Parece que se le extraña.
“Haydée, hace falta tu voz”, le dice Fina
García-Marruz. Es lógico: la voz de la madre siempre se añora, ella es guía, ve
más allá porque es más alta, acoge en brazos tibios ante la confusión o la
tristeza, protege con su falda como un ala, y es fuerte porque nos carga.