Haydée, Benedetti (C) y Carpentier |
Hace 32 años, Mario Benedetti expresó ante una noticia que
lo conmovió en 1980:
Muchos escribirán, ahora y
después, y con todo derecho, sobre su gesta heroica, sobre su función de
dirigente, sobre su estilo de trabajo. Pero en estas horas, que pesadamente
continúan la escueta noticia de su muerte, quiero destacar por fin el rasgo suyo
que, a través de tantos años de convivencia, camaradería y trabajo compartido,
me impresionó más hondamente: su bondad, que era tan invencible como su coraje.
Vaya a saber por qué extrañas conexiones, ese atributo es el que hoy más me
conmueve en relación con esta muerte. A fin de cuentas, ya lo había dicho su
admirado Martí: ¡Duele mucho en la tierra un alma buena!
Se refería a la muerte de alguien, por quien también
el escritor cubano Roberto Fernández Retamar, escribió: “Recordar a Haydée es
contemplar el paso de un relámpago, escuchar la crepitación de bosques
incendiados. Así quedó su imagen en nosotros. No la de estéril serenidad sino
la del bullir quemante. Fuego y luz.”
Pero las circunstancias de su muerte, para algunos,
opacaron su trayectoria.
En el año 2009 su hija Celia María escribió:
No nos queda otra que respetar a todas las personas que
deciden mejor estar muertas que vivas. El viejo cliché de que los
revolucionarios no se quitan la vida, [eso lo decía ella (Haydée) también] es
tan pueril que basta un par de nombres para echarlo por tierra. Dicen que los
animales no se suicidan, a no ser para defender la especie. Es pues, al menos,
una forma muy humana de morir. Los Lafargue
decidieron que eran más útiles así para la causa del proletariado y no dudo que
lo hayan sido; ¿quién osa decir que las campanas que hizo doblar Hemingway con su
pluma no hicieron repicar a todas las iglesias del mundo con el grito de su
última bala?; quién no prefiere todavía la rubia de todos los tiempos en el
cine, a la cual hasta un sacerdote brillante le escribe un poema de amor; quién
diría que Violeta no
le daba Gracias a la
Vida con
honestidad para viajar a la muerte sin temor y segura de sí misma, al dejarnos
en su voz el candor de todo un continente. Entonces solo es bajar la cabeza,
quitarse el sombrero y deslizar lágrimas de piedad por nosotros y no por ellos
que están más vivos que muertos, que viajan por el lindero entre ambos estados
de la materia libremente y sin dolor, que nos cuidan de los errores. Nosotros
estamos destinados a morir irreversiblemente, ellos no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario