sábado, 28 de julio de 2012

Te entendemos Haydée, te admiramos

Haydée, Benedetti (C) y Carpentier

Hace 32 años, Mario Benedetti expresó ante una noticia que lo conmovió en 1980:
      Muchos escribirán, ahora y después, y con todo derecho, sobre su gesta heroica, sobre su función de dirigente, sobre su estilo de trabajo. Pero en estas horas, que pesadamente continúan la escueta noticia de su muerte, quiero destacar por fin el rasgo suyo que, a través de tantos años de convivencia, camaradería y trabajo compartido, me impresionó más hondamente: su bondad, que era tan invencible como su coraje. Vaya a saber por qué extrañas conexiones, ese atributo es el que hoy más me conmueve en relación con esta muerte. A fin de cuentas, ya lo había dicho su admirado Martí: ¡Duele mucho en la tierra un alma buena!

Se refería a la muerte de alguien, por quien también el escritor cubano Roberto Fernández Retamar, escribió: “Recordar a Haydée es contemplar el paso de un relámpago, escuchar la crepitación de bosques incendiados. Así quedó su imagen en nosotros. No la de estéril serenidad sino la del bullir quemante. Fuego y luz.”
Pero las circunstancias de su muerte, para algunos, opacaron su trayectoria.
En el año 2009 su hija Celia María escribió:
No nos queda otra que respetar a todas las personas que deciden mejor estar muertas que vivas. El viejo cliché de que los revolucionarios no se quitan la vida, [eso lo decía ella (Haydée) también] es tan pueril que basta un par de nombres para echarlo por tierra. Dicen que los animales no se suicidan, a no ser para defender la especie. Es pues, al menos, una forma muy humana de morir. Los Lafargue decidieron que eran más útiles así para la causa del proletariado y no dudo que lo hayan sido; ¿quién osa decir que las campanas que hizo doblar Hemingway con su pluma no hicieron repicar a todas las iglesias del mundo con el grito de su última bala?; quién no prefiere todavía la rubia de todos los tiempos en el cine, a la cual hasta un sacerdote brillante le escribe un poema de amor; quién diría que Violeta no le daba Gracias a la Vida con honestidad para viajar a la muerte sin temor y segura de sí misma, al dejarnos en su voz el candor de todo un continente. Entonces solo es bajar la cabeza, quitarse el sombrero y deslizar lágrimas de piedad por nosotros y no por ellos que están más vivos que muertos, que viajan por el lindero entre ambos estados de la materia libremente y sin dolor, que nos cuidan de los errores. Nosotros estamos destinados a morir irreversiblemente, ellos no.





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