Hace hoy 32 años Haydée Santamaría
decidió desaparecer, tal vez por la memoria triste del Moncada. Los
ojos de su hermano Abel
sumergidos en una palangana y los testículos de tu novio Boris
fueron recuerdos desgarradores.
Cuentan los que la conocieron bien, que asistía
callada a los actos por el 26 de julio
en Santiago de Cuba
y se encerraba hasta el otro día en su cuarto.
La huella del Moncada y de sus 61 compañeros caídos
o torturados hasta la muerte luego, era un peso muy duro de llevar.
Algunos dicen que nunca pudo superarlo. Su hija Celia
María[i] aseguraba todo lo
contrario, decía que de aquel dolor, más que tristezas, sacó fuerzas para hacer
la Revolución
que soñó junto a su hermano en aquel apartamento del Vedado habanero.
Sin embargo, las circunstancias de su muerte, aún
son un prejuicio inentendible para aquellos que no son capaces de comprender la
sensibilidad, esos que en aquellos tiempos hubieran prohibido los Beatles,
las minifaldas y el movimiento hippie.
Haydée no solo perdió a dos de sus amores aquel día
de julio de 1953. Años más tarde, en el mismo mes maldito, perdió a su amigo Frank,
baleado por la tiranía de Batista
durante el Alzamiento
de Santiago de Cuba, a la espera del desembarco del Yate
Granma.
Luego en 1967, perdió a su compañero y amigo de la Sierra , el argentino Che, quien le
prometió llevarla en sus luchas por el mundo.
Esos años le calcinaron el pecho poco a poco, como
las balas que los mataron.
Mas, Haydée fue una mujer fuerte, capaz de explicarle
a su madre que su hermano no había muerto en vano, capaz de hacer
una revolución cultural desde su Casa de las Américas en la
esquina de tercera y G.
Allí, con apenas sexto grado protegió el legado artístico
de América contra todo intento de nombrarlo, antirrevolucionario.
Yeyé, como la conocieron sus compañeros de lucha,
era extremadamente bella, útil y pura, como los girasoles que tanto amó.
Pero hasta el metal más duro es capaz de ablandarse y
aquel 28 de julio de 1980, Haydée Santamaría Cuadrado decidió morir porque sabía
que viviría para siempre, sabía que -como años antes le había escrito
[i] El
Moncada fue apenas la punta del iceberg. No creo que nadie que la conociera con
esta intensidad pudiese decidir que: “Haydée no soportó el Moncada” y no pudo
sobrevivir a los ojos de Abel sumergidos dentro de una palangana. Luego de eso
fue mucho más rica e hizo mucho más. La muerte de Abel, fue la muerte de su
primer gran amor, del cual sacó fuerza y nunca debilidad. “Haydée del Moncada a
Casa” (2009), de Celia Hart Santamaría
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