30 de diciembre de 2007
Un
día invernal, divisando el mar erizado sobre el cual caían ruidosos relámpagos,
Haydée Santamaría le dijo a alguien que había llegado muy triste a verla: «De esos
rayos de luz que matan algún día sacaremos corriente». Como si las palabras
fueran mágicas, al poco rato el visitante tomó la guitarra que le acompañaba y
comenzó a obrar el misterio de la música. Ante el imponente espectáculo de la
naturaleza, la tristeza se fue disipando hasta quitarle total sentido a la
angustia, hasta dejar en el aire cierta sensación de felicidad.
Años
después rescató aquella escena Celia María Hart,
hija de esa revolucionaria especial que todavía nos seduce por sus cualidades,
por una autenticidad cuya estela no escapa a quienes buscan los mejores
ejemplos y se procuran historias reales donde palpite la posibilidad salvadora
de mejorar la existencia.
Se
pronuncia el nombre de Haydée y al instante se desatan los gestos admirativos,
y discurren las anécdotas más diversas, todas emotivas. Entre cubanos, evocar
su leyenda casi siempre desemboca en frases que nada tienen que ver con la
mesura o con los límites, lo encartonado, lo quieto, lo gris. Ella era lo
tremendo, y lo profundo. Su hija ha pedido que para que la imaginemos bien
intentemos «integrar la independencia de una Madame Bovary en la pureza
de Juana
de Arco», una pureza expresada en el compromiso «frontal, arraigado
y único de la revolución de Fidel Castro».
«Esta
Revolución que entró por la estrecha puerta del apartamento de 25
y O (en el Vedado capitalino), el que ella se preocupaba por
limpiar, fue la razón de toda su existencia —ha escrito Celia María de su
madre. Esta misma Revolución, que ahora, al cabo de 50 años, parece ser la
revolución mundial, cambió sus primeros pañales húmedos en el alma de esta
mujer».
Apartamento de 25 y 0 |
La causa
Haydée
Santamaría Cuadrado [1922-1980], sintió que participar en el Asalto al Cuartel
Moncada el 26 de julio de 1953, cambió definitivamente su modo de mirar
la vida. La impresión de aquellos instantes nos llega hasta hoy en sus
palabras:
«Hemos
conocido cosas como todos los cubanos, unas más grandes, otras más pequeñas,
pero todas con un sentido profundísimo. Nos hemos preguntado por qué razón, si
hemos vivido después del Moncada, la
Sierra —antes de la
Sierra , la clandestinidad— después un 1959, un Girón, cosas
enormes, ¿qué razón hay para que el Moncada sea algo distinto a lo otro? Y esto
no quiere decir que podamos querer más a uno que a otro.
«Yo
algunas veces he dicho, no sé si en alguna entrevista o con alguna persona con
quien he hablado, que a mí esto se me reveló muy claramente cuando nació mi
hijo. Cuando nació mi hijo Abel fueron momentos difíciles, momentos iguales a
los que tiene cualquier mujer cuando va a tener un hijo, muy difíciles. Eran
dolores profundísimos, eran dolores que nos desgarraban las entrañas y, en
cambio, había fuerza para no llorar, no gritar o no maldecir. (...) Porque va a
llegar un hijo. En aquellos momentos se me reveló qué era el Moncada.
«(...)
La transformación después del Moncada fue total. Se siguió siendo aquella misma
persona, pudimos seguir siendo aquella misma persona que fue llena de pasión, y
pudimos, se pudo seguir siendo una apasionada. Pero la transformación fue
grande, fue tanta que si allí no nos hubiéramos hecho una serie de
planteamientos hubiera sido difícil seguir viviendo o por lo menos seguir
siendo normales.
«Allí
se nos reveló muy claramente que el problema no era cambiar un hombre, que el
problema era cambiar el sistema; pero también que si no hubiéramos ido allí
para cambiar a un hombre, tal vez no se hubiera cambiado un sistema (...).
«(...)
Fuimos al Moncada con aquella misma pasión con que hoy vamos a cortar caña, con
esa misma pasión con que vemos nuestras escuelas llenas de niñas y niños del
campo. Porque cuando fuimos al Moncada, vivíamos todo esto en nuestras mentes.
No sabíamos si lo veríamos, pero aquella seguridad de que vendría, la teníamos
y por eso íbamos en busca de la vida y no de la muerte (...) nunca he visto
resistir con más fortaleza y con tan poca cosa para defenderse.
«Allí
tuvimos momentos en los que al no saber de Fidel queríamos en realidad
desaparecer. Estábamos allí con tal seguridad de que si Fidel vivía, vivía el
Moncada, que si Fidel vivía, habría muchos Moncada».
Haydée
perdió en aquellas horas a muchos jóvenes queridos y valiosos. Perdió a su
hermano Abel (cuyos
ojos, tan bellos, le fueron arrancados), a su novio Boris;
tuvo que seguir adelante sin desprenderse del dolor de las torturas y los
asesinatos de aquellos muchachos que fueron serenos a defender una vida digna
aunque fuese al costo de la muerte. Debió seguir viviendo para no flaquear en
su lucha de revolucionaria.
En
1953, desde la cárcel para mujeres, escribió a sus padres una carta en la cual
les confesaba estremecedoramente: «(...) si no fuera por la preocupación de
ustedes por mí, y por saber el dolor que tienen al pensar que no tendrán más a
Abel con ustedes, pudiera decirles que soy casi feliz. Si ustedes pensaran como
yo sobre Abel, pudieran también, si no ser felices, no ser tan desgraciados
como sé que son.
«Mamá,
Nino [sobrenombre cariñoso empleado por Haydée con su padre Benigno
Santamaría], sé bien que nada que les diga les quitará esta terrible pena, tal vez
cuando pasen los años me entenderán, cuando tengan de verdad la seguridad [de]
que ustedes son padres privilegiados, que siempre tendrán a ese hijo, y lo
tendrán tal como era, bueno, joven, hermoso (...).
«
(...) Mamá, Nino, y tú sobre todo Mamá, si me dijiste tantas veces que yo nada
más quería [a] Abel, que era el único que me importaba en la familia, y hoy
vivo, no soy desgraciada; [¿] Por qué tú no vas a vivir, no ser desgraciada
[?].
«(...)
Mamá, ahí tienes [a] Abel, [¿] No te das cuenta Mamá [?]. Abel no nos faltará
jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá,
piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma
cosa, y Fidel te necesita mucho. No permitas a ninguna madre te hable mal de
Fidel, piensa que eso sí Abel no te lo perdonaría».
A
su salida de la prisión, Haydée fue una de las responsables de ir sacando y
ordenando las páginas de La Historia me
absolverá. A veces el alegato
salía de párrafo en párrafo. De ese momento la luchadora recordó años después
cómo Fidel les pidió que reprodujeran 100 000 copias. Tras un gran esfuerzo y
asumiendo el riesgo de que fueran descubiertos la imprenta y quienes en ella
trabajaban, se pudieron sacar 10 000 copias. Cuando Haydée comunicó a Fidel las
razones por las cuales habían tenido que parar en esa cifra, contestó él: «Por
eso yo les dije que sacaran 100 000, que sacaran hasta donde pudieran. Ahora,
si les digo que saquen 500 ustedes se preparan para 500 y no hubieran sacado 10
000».
Después
vinieron los días en la Sierra
Maestra. Y con el triunfo de enero, el nacimiento en 1959 de la Casa de las Américas, espacio
dirigido por Haydée, en el cual ella obraba la magia de la complicidad con
diversos intelectuales de la Isla ,
el continente y el mundo. Desde allí supo sumar y hasta amparar a aquellos
indóciles con causa, los que solo podían ser entendidos y atendidos por un
corazón enorme, nunca desligado del compromiso, como el que anidaba en Yeyé.
Amores y viaje sin fin
Muchos
seres valiosos, que gravitaron en su descomunal sensibilidad, conoció Haydée en
su trayectoria de revolucionaria. Celia Sánchez tuvo
para ella un significado especial. Su muerte la afectó profundamente. Era la
misma sensación de pérdida de cuando le tocó vivir la caída de los muchachos
que fueron al Moncada, o la de ese combatiente tan serio, de tanta altura del
alma, que fue Frank País, o el
asesinato del Che,
a quien le escribió una carta después de los sucesos, como si él todavía
respirase.
«Che:
¿dónde te puedo escribir?», indagaba ella desde sus líneas. Y más adelante
expresaba: «Cómo decirte que nunca había llorado tanto desde la noche en que
mataron a Frank, y eso que esta vez no lo creía. Todos estaban seguros, y yo
decía: no es posible, una bala no puede terminar el infinito (...).
«(...)
Si supiera, como tú, decir las cosas. De todas maneras, una vez me escribiste:
“Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero te
confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo, con todos los
fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda.
«Esa
imagen y la de la Sierra
(hasta nuestras peleas de aquellos días me son gratas en el recuerdo) son las
que llevaré de ti para uso propio”. Por eso no podré escribir nunca nada de ti
y tendrás siempre ese recuerdo».
El
mismo año en que Celia muere (1980), Haydée emprende su viaje a lo eterno. Lo
hizo en el instante elegido, y del modo elegido. En versos inolvidables y
desbordados de humanidad, nuestra poetisa Fina García
Marruz escribió en agosto de 1980:
«Pónganle
a la suicida una hoja en la sien /Una siempreviva en el hueco del cuello.
/Cúbranla con flores, como a Ofelia. /Los que la
amaron, se han quedado huérfanos /Cúbranla con la ternura de las lágrimas.
/Vuélvanse rocío que refresque su duelo. /Y si la piedad de las flores no
bastase /Díganle al oído que todo ha sido un sueño. /Ríndanle honores como a
una valiente /Que perdió solo su última batalla. /No se quede en su hora
inconsolable /Sus hechos, no vayan al olvido de la hierba. /Que sean recogidos
uno a uno, /Allí donde la luz no olvida a sus guerreros».
Bibliografía consultada:
Prólogo
de Celia María Hart Santamaría al libro Haydée
habla del Moncada, de la editorial Ocean Press.
Carta
de Haydée Santamaría al Che Guevara,
escrita después del asesinato del Che en Bolivia.
Carta enviada desde la prisión por Haydée
Santamaría a sus padres, escrita en 1953.
«Lo que se ama vive siempre», de Haydée
Santamaría, publicado el 26 de julio del año 2005.
Fragmentos
seleccionados del libro Haydée habla
del Moncada, ediciones Huracán, 1968.
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