miércoles, 15 de agosto de 2012

Lo tremendo y lo profundo

 Por: Alina Perera Robbio
30 de diciembre de 2007

Un día invernal, divisando el mar erizado sobre el cual caían ruidosos relámpagos, Haydée Santamaría le dijo a alguien que había llegado muy triste a verla: «De esos rayos de luz que matan algún día sacaremos corriente». Como si las palabras fueran mágicas, al poco rato el visitante tomó la guitarra que le acompañaba y comenzó a obrar el misterio de la música. Ante el imponente espectáculo de la naturaleza, la tristeza se fue disipando hasta quitarle total sentido a la angustia, hasta dejar en el aire cierta sensación de felicidad.
Años después rescató aquella escena Celia María Hart, hija de esa revolucionaria especial que todavía nos seduce por sus cualidades, por una autenticidad cuya estela no escapa a quienes buscan los mejores ejemplos y se procuran historias reales donde palpite la posibilidad salvadora de mejorar la existencia.

Se pronuncia el nombre de Haydée y al instante se desatan los gestos admirativos, y discurren las anécdotas más diversas, todas emotivas. Entre cubanos, evocar su leyenda casi siempre desemboca en frases que nada tienen que ver con la mesura o con los límites, lo encartonado, lo quieto, lo gris. Ella era lo tremendo, y lo profundo. Su hija ha pedido que para que la imaginemos bien intentemos «integrar la independencia de una Madame Bovary en la pureza de Juana de Arco», una pureza expresada en el compromiso «frontal, arraigado y único de la revolución de Fidel Castro».
«Esta Revolución que entró por la estrecha puerta del apartamento de 25 y O (en el Vedado capitalino), el que ella se preocupaba por limpiar, fue la razón de toda su existencia —ha escrito Celia María de su madre. Esta misma Revolución, que ahora, al cabo de 50 años, parece ser la revolución mundial, cambió sus primeros pañales húmedos en el alma de esta mujer».
Apartamento de 25 y 0
La causa
Haydée Santamaría Cuadrado [1922-1980], sintió que participar en el Asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, cambió definitivamente su modo de mirar la vida. La impresión de aquellos instantes nos llega hasta hoy en sus palabras:
«Hemos conocido cosas como todos los cubanos, unas más grandes, otras más pequeñas, pero todas con un sentido profundísimo. Nos hemos preguntado por qué razón, si hemos vivido después del Moncada, la Sierra —antes de la Sierra, la clandestinidad— después un 1959, un Girón, cosas enormes, ¿qué razón hay para que el Moncada sea algo distinto a lo otro? Y esto no quiere decir que podamos querer más a uno que a otro.
«Yo algunas veces he dicho, no sé si en alguna entrevista o con alguna persona con quien he hablado, que a mí esto se me reveló muy claramente cuando nació mi hijo. Cuando nació mi hijo Abel fueron momentos difíciles, momentos iguales a los que tiene cualquier mujer cuando va a tener un hijo, muy difíciles. Eran dolores profundísimos, eran dolores que nos desgarraban las entrañas y, en cambio, había fuerza para no llorar, no gritar o no maldecir. (...) Porque va a llegar un hijo. En aquellos momentos se me reveló qué era el Moncada.
«(...) La transformación después del Moncada fue total. Se siguió siendo aquella misma persona, pudimos seguir siendo aquella misma persona que fue llena de pasión, y pudimos, se pudo seguir siendo una apasionada. Pero la transformación fue grande, fue tanta que si allí no nos hubiéramos hecho una serie de planteamientos hubiera sido difícil seguir viviendo o por lo menos seguir siendo normales.
«Allí se nos reveló muy claramente que el problema no era cambiar un hombre, que el problema era cambiar el sistema; pero también que si no hubiéramos ido allí para cambiar a un hombre, tal vez no se hubiera cambiado un sistema (...).
«(...) Fuimos al Moncada con aquella misma pasión con que hoy vamos a cortar caña, con esa misma pasión con que vemos nuestras escuelas llenas de niñas y niños del campo. Porque cuando fuimos al Moncada, vivíamos todo esto en nuestras mentes. No sabíamos si lo veríamos, pero aquella seguridad de que vendría, la teníamos y por eso íbamos en busca de la vida y no de la muerte (...) nunca he visto resistir con más fortaleza y con tan poca cosa para defenderse.
«Allí tuvimos momentos en los que al no saber de Fidel queríamos en realidad desaparecer. Estábamos allí con tal seguridad de que si Fidel vivía, vivía el Moncada, que si Fidel vivía, habría muchos Moncada».
Haydée perdió en aquellas horas a muchos jóvenes queridos y valiosos. Perdió a su hermano Abel (cuyos ojos, tan bellos, le fueron arrancados), a su novio Boris; tuvo que seguir adelante sin desprenderse del dolor de las torturas y los asesinatos de aquellos muchachos que fueron serenos a defender una vida digna aunque fuese al costo de la muerte. Debió seguir viviendo para no flaquear en su lucha de revolucionaria.
En 1953, desde la cárcel para mujeres, escribió a sus padres una carta en la cual les confesaba estremecedoramente: «(...) si no fuera por la preocupación de ustedes por mí, y por saber el dolor que tienen al pensar que no tendrán más a Abel con ustedes, pudiera decirles que soy casi feliz. Si ustedes pensaran como yo sobre Abel, pudieran también, si no ser felices, no ser tan desgraciados como sé que son.
«Mamá, Nino [sobrenombre cariñoso empleado por Haydée con su padre Benigno Santamaría], sé bien que nada que les diga les quitará esta terrible pena, tal vez cuando pasen los años me entenderán, cuando tengan de verdad la seguridad [de] que ustedes son padres privilegiados, que siempre tendrán a ese hijo, y lo tendrán tal como era, bueno, joven, hermoso (...).
« (...) Mamá, Nino, y tú sobre todo Mamá, si me dijiste tantas veces que yo nada más quería [a] Abel, que era el único que me importaba en la familia, y hoy vivo, no soy desgraciada; [¿] Por qué tú no vas a vivir, no ser desgraciada [?].
«(...) Mamá, ahí tienes [a] Abel, [¿] No te das cuenta Mamá [?]. Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho. No permitas a ninguna madre te hable mal de Fidel, piensa que eso sí Abel no te lo perdonaría».
A su salida de la prisión, Haydée fue una de las responsables de ir sacando y ordenando las páginas de La Historia me absolverá. A veces el alegato salía de párrafo en párrafo. De ese momento la luchadora recordó años después cómo Fidel les pidió que reprodujeran 100 000 copias. Tras un gran esfuerzo y asumiendo el riesgo de que fueran descubiertos la imprenta y quienes en ella trabajaban, se pudieron sacar 10 000 copias. Cuando Haydée comunicó a Fidel las razones por las cuales habían tenido que parar en esa cifra, contestó él: «Por eso yo les dije que sacaran 100 000, que sacaran hasta donde pudieran. Ahora, si les digo que saquen 500 ustedes se preparan para 500 y no hubieran sacado 10 000».
Después vinieron los días en la Sierra Maestra. Y con el triunfo de enero, el nacimiento en 1959 de la Casa de las Américas, espacio dirigido por Haydée, en el cual ella obraba la magia de la complicidad con diversos intelectuales de la Isla, el continente y el mundo. Desde allí supo sumar y hasta amparar a aquellos indóciles con causa, los que solo podían ser entendidos y atendidos por un corazón enorme, nunca desligado del compromiso, como el que anidaba en Yeyé.
Amores y viaje sin fin
Muchos seres valiosos, que gravitaron en su descomunal sensibilidad, conoció Haydée en su trayectoria de revolucionaria. Celia Sánchez tuvo para ella un significado especial. Su muerte la afectó profundamente. Era la misma sensación de pérdida de cuando le tocó vivir la caída de los muchachos que fueron al Moncada, o la de ese combatiente tan serio, de tanta altura del alma, que fue Frank País, o el asesinato del Che, a quien le escribió una carta después de los sucesos, como si él todavía respirase.
«Che: ¿dónde te puedo escribir?», indagaba ella desde sus líneas. Y más adelante expresaba: «Cómo decirte que nunca había llorado tanto desde la noche en que mataron a Frank, y eso que esta vez no lo creía. Todos estaban seguros, y yo decía: no es posible, una bala no puede terminar el infinito (...).
«(...) Si supiera, como tú, decir las cosas. De todas maneras, una vez me escribiste: “Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero te confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo, con todos los fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda.
«Esa imagen y la de la Sierra (hasta nuestras peleas de aquellos días me son gratas en el recuerdo) son las que llevaré de ti para uso propio”. Por eso no podré escribir nunca nada de ti y tendrás siempre ese recuerdo».
El mismo año en que Celia muere (1980), Haydée emprende su viaje a lo eterno. Lo hizo en el instante elegido, y del modo elegido. En versos inolvidables y desbordados de humanidad, nuestra poetisa Fina García Marruz escribió en agosto de 1980:
«Pónganle a la suicida una hoja en la sien /Una siempreviva en el hueco del cuello. /Cúbranla con flores, como a Ofelia. /Los que la amaron, se han quedado huérfanos /Cúbranla con la ternura de las lágrimas. /Vuélvanse rocío que refresque su duelo. /Y si la piedad de las flores no bastase /Díganle al oído que todo ha sido un sueño. /Ríndanle honores como a una valiente /Que perdió solo su última batalla. /No se quede en su hora inconsolable /Sus hechos, no vayan al olvido de la hierba. /Que sean recogidos uno a uno, /Allí donde la luz no olvida a sus guerreros».
Bibliografía consultada:
Prólogo de Celia María Hart Santamaría al libro Haydée habla del Moncada, de la editorial Ocean Press.
Carta de Haydée Santamaría al Che Guevara, escrita después del asesinato del Che en Bolivia.
Carta enviada desde la prisión por Haydée Santamaría a sus padres, escrita en 1953.
«Lo que se ama vive siempre», de Haydée Santamaría, publicado el 26 de julio del año 2005.
Fragmentos seleccionados del libro Haydée habla del Moncada, ediciones Huracán, 1968.


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