Por: Mercedes Rodríguez García
Con Zoila Díaz (Nené) quien enseñó a bordar Haydée |
No
hay muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su
sola presencia pone en cuestión al mundo. La muerte es un accidente, y aun si
los hombres la conocen y la aceptan, es una violencia indebida.
SIMONE
DE BEAUVOIR
La sigo, la observo, grabo absolutamente todo lo que
conversa, anoto precisiones en mi agenda, le pregunto; a veces me responde y
otras, francamente, me ignora, pues alterna constantemente con Roberto
Fernández Retamar, quien, luego de la muerte de Haydée, asumiera la dirección
de Casa de las Américas.
En un momento me refiere sentirse agotada por el
calor y el viaje, y «que prefiere escribir a hablar [...] «pero no te
preocupes, vendré de nuevo a finales de diciembre, para el cumpleaños de mamá».
Y así fue. El 23 nos reencontramos. El intercambio no resultó tan atropellado.
Hoy, gracias a la coyuntura histórica y a mi
costumbre de guardar documentos, manuscritos y transcripciones, reedito
aspectos de una primera entrevista --publicada en Vanguardia el 28 de diciembre
de 2002--, a la que añado preguntas y respuestas del último encuentro, y otras
que entonces quedaron excluidas.
--¿Cómo
era tu mamá contigo cuando eras una niña?
--Tenía la capacidad de ser muy cariñosa y muy
exigente, una mezcla que nos resultó muy difícil de enfrentar a mi hermano y a
mí. A veces no necesitaba palabras.
A una segunda pregunta sobre la muerte de su madre
--formulada con el mayor tacto posible-- solo me respondió que lamentaba que no
estuviera «enterrada aquí, debajo de una palma, en medio del batey del central,
donde ella quería». De modo que
rápidamente le solté una de esas preguntas ingenuas con las que el periodista
pretende ganar tiempo, so pena de que lo dejen plantado:
--Háblame
de tu tío Abel...
--No, primero mi madre. Era muy preocupada, sobre
todo porque yo fuera una persona útil y honesta. Nos sacaba la punta a los
lápices, nos forraba las libretas, con el mismo cariño y energía con que nos
exigía el máximo de puntuaciones. El cariño hacia mi tío Abel me llegó a través
de ella, más por el sentimiento que por las descripciones o narraciones que
pudiera haberme hecho de ese que fue su hermano más chiquito y mimado, y en el
que no dejó de pensar ni un solo instante.»
--Existe
una carta a tus abuelos Benigno y Joaquina, a quienes Haydée trata de conformarlos
llamándoles «padres privilegiados»...
--Sí, es bastante conocida. Pienso que escribió eso
para sacarles del dolor una sonrisa. También les dice de ese modo tendrán un
hijo que no se convertirá en un viejo feo y arrugado, sino que continuará con
su cara linda y tierna. Mentirillas piadosas para autoconsolarse. Me contó que
cuando estaba en el Movimiento con Abel, antes de conocer a Fidel, mi tío era
lo máximo. Pero un día llegó Fidel al apartamento, y cuando él se va ella le
replica en tono inquisitivo: Abel, ¿tú estás claro que el jefe es él?
--¿Alguien
de la familia se te parece a Abel?
--Mi mamá decía que mi hermano. A mí no, porque mi
tío tenía los ojos muy claros, y era sí, bien parecido y portado, muy elegante.
Pero lo importante no es el físico. No me canso de decir que Abel transpiró en
mi hermano y en mí ese sentimiento que siempre la inundó y que la dejó marcada
de manera imborrable.
--¿Crees
que nunca superó su ausencia, la de Boris Luis, que era su novio en aquellos
tiempos del clandestinaje?
--Mira, se equivocan de cabo a rabo aquellos que
especulan diciendo que mamá no soportó el Moncada y que no pudo sobrevivir a
los ojos de Abel sumergidos dentro de una palangana y todas esas cuestiones.
Después de eso, mamá fue mucho más. Del Moncada sacó fuerza y nunca debilidad.
El Moncada, Boris y Abel fueron apenas un buen comienzo para ella. Si decidió
quitarse la vida, no fue por cobardía. Hay que respetar a todas las personas
que deciden mejor estar muertas que vivas. El viejo cliché de que los revolucionarios
no se quitan la vida, y eso lo decía ella también, es tan infantil que basta un
par de nombres para echarlo por tierra.
--Hemingway,
Violeta Parra, Alfonsina Storni...
--Así mismo, y los Lafargue. ¿Acaso que las campanas
que hizo doblar Hemingway en su novela no hicieron resonar la de todas las
iglesias del mundo con el grito de su última bala? ¿Quién diría que Violeta no
le daba «Gracias a la vida» con honestidad para cruzar a la muerte sin temor y
segura de sí misma, al dejarnos en su voz el candor de todo un continente...?
--¿Y
qué es lo que más recuerdas de tu madre?
--Su criterio agudo e inteligente, su fuego. Era muy
obsesiva, por ejemplo, con las cosas de la escuela. Nos repasaba cualquier
materia por tal de que saliéramos bien. Nada la detenía. Así que la recuerdo
con la misma fuerza que tuvo su muerte.
--Defíneme los rasgos más sobresalientes de su
personalidad.
--Yo diría que era una mujer liberal, no le importaba
mucho los que otros pensaran, defendió a los marginados, a los excluidos por
una u otra razón; siempre trató de acercarse al lado humano. Le llamaba al pan,
pan; y al vino, vino, y eso a algunos le caía mal. Era generosa, sensible pero
firme de carácter, honesta, apasionada, valiente. Y al contrario de lo que
muchos piensan acerca del suicidio, creo que ese fue su último gesto de
valentía.
--¿Qué
era para Haydée la Revolución?
--A mi madre la Revolución le entró por la
puertecita del apartamento de 25 y O. Fue la razón de toda su existencia. Amó
como nadie la Revolución, porque mi madre era una eterna enamorada. Siempre
confió en Fidel y muchas veces me dijo que Fidel debería vivir por muchos años.
--¿Y
El Che?
--Te cuento que cada 8 de octubre mi hermano y yo no
podíamos salir a ninguna parte porque nos ponía a transcribir las cartas del
Che a sus hijos. Ellos fueron verdaderos camaradas, colegas en ese estrecho
cubículo de los iluminados. Al igual que con Celia, sufrió mucho su muerte, y
cuando me hablaba de él me daba la sensación de que sufría mucho más que al
hablar de mi tío Abel. Recuerdo una vez, cuando yo era muy chica, en medio de
un ataque de lágrimas, decirme: «Fue un machista imperdonable. Me juró que me
llevaría a América a hacer la revolución, y acá me ha dejado». Y era cierto que
se lo había prometido...
--Háblame
un poco de ti, de sus años escolares, de tus amores no materiales...
--Me parezco a muchos y no me parezco a nadie. Como
mi madre, odio al formalismo más allá del límite. Desprecio la burocracia, el
oportunismo, la mediocridad, el capitalismo; soy una eterna enamorada de Martí,
de Fidel, de la bandera rojinegra del 26 de Julio, de las letras fresas del
Gabo, los iluminados porque no miden la vida con los patrones comunes, su métrica
es la de las estrellas...
--¿Por qué no escribes sobre la vida de
ustedes y la relación con tu madre y el mundo que la rodeó?
--Lo he pensado, si coincidimos nuevamente, te
contaré. Creo que llevo una periodista adentro. Disfruto escribir y decir lo
que siento, sin las fabulaciones de mamá que hasta cambió el día de su
cumpleaños del 30 para el 31 de diciembre... ¡los disfrutaba tanto! Participaban Carpentier, Benedetti, Mariano,
Retamar... La casa era como un puerto abierto a todas las naves, como sus
bordados, ¡qué lindo bordaba mi mamá! ¿Por qué esas dotes no se heredan?. Mi
madre era especial, debe haber tenido, como tío Abel...
--¿...Una
luz?
--Sí, una luz por dentro. Una luz que hacía que todo
se viera, una luz que nunca se ha apagado.
Hoy es el cumpleaños de Celia, desde Mx, gracias por recordarle.
ResponderEliminarHaydée, luz, fuerza y energía para los momentos difíciles !!! Celia María tuvo también esa luz que le permitió describirla como nadie.
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