“(…) ya no tenía ante mi vista la penumbra
de una escalera oscura, ahora veía de nuevo la luz…” Son palabras de Haydée
que le escuché en una de esas largas conversaciones que tuve la dicha de
sostener con ella. Ese día hablaba con euforia sobre la tarea que Fidel
—desde la prisión— acababa de darles a ella y a Melba
tan pronto salieron de la cárcel de mujeres en Guanajay. Las instrucciones,
contenidas en una carta, se referían a la inminente necesidad de imprimir, en
el mayor secreto posible, su alegato del juicio del Moncada, conocido como La
historia me absolverá, y hacerlo distribuir clandestinamente.
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La continuación riesgosa y tenaz del trabajo
revolucionario “me devolvía la vida porque para mí era muy duro salir en
libertad cuando Abel, Boris y tantos compañeros estaban muertos, y Fidel
preso”.